¡Burro es burro, aunque se crea un caballo!
Hoy comenzamos un camino de pasión, acompañando a Jesús en momentos tan agridulces como la vida misma. Nadie como Él para comprender lo que es la vida, sus circunstancias y dolores, sus regalos y sabores. Jesús hoy entra en Jerusalén, entre los honores y las alegrías de quienes comenzaban a tener esperanza, y creyeron en Él. Aquellos mismos que después lo llevaron, directa o indirectamente, a una muerte de Cruz.
Siendo todo Dios, se hace uno con nosotros, se hace todo hombre. Siendo todo Rey, entra a la ciudad montado en un borrico, animal de cargas, animal de pobres, animal barato y torpe. Nos ayudaría tanto, al menos por un segundo, el imaginarnos cargando con Jesús a cuestas, siendo apenas un burrito. La madre Teresa de Calcuta tenía al burro del Evangelio como un “ejemplo a seguir”: cuando en alguna ocasión la aplaudieron en Roma, ella sólo alcanzó decir: “No soy Jesús sino el burro”.
Y es que ese insignificante animal tiene hoy una lección que darnos. Lleva al Rey de reyes, al Señor de señores, al que cambió el curso de la historia para siempre. Nosotros, por más cualidades, bienes, cargos, títulos o fortunas que ostentemos, no somos sino criaturas, aunque fantaseemos y pasemos por la vida creyéndonos el centro del mundo. Si fuésemos el burro aquel, seguramente se nos caería el Señor al ponernos en dos patas y saludar a los fans. ¡Así de soberbios, así de tontos, así de ilusos! Pero nuestro borrico del Evangelio carga con el Señor, entra a la ciudad, nunca quiso ser un caballo, porque el Rey lo eligió a él para cargarlo. Sabe que burro es burro, aunque se crea un caballo. Porque los caballos eran signos de poder, de ostentación y realeza, y nada más lejos quiso Dios ser, cuando nada más cerca es, el Todopoderoso, el Rey.
¡Es la paradoja del amor! Esa lógica divina que nos deja lelos, sin palabras, absortos en el silencio y la contemplación de un Dios abajado por amor, hasta una muerte cruel. Un amor hecho servicio, que monta sobre un borrico, que lava los pies de sus amigos, que se deja perfumar y acariciar, que es traicionado con un beso, negado por uno de sus más amados, clavado en una cruz como ladrón y traspasado por la lanza del soldado… Un Amor que ama hasta el extremo y que solamente sabe amar. Hoy, recibimos a Jesús entre palmas y olivos, entre bailes y gritos, proclamando: “¡Hosanna al Hijo de David!”. Pero la euforia nos durará poco.
Agridulce el camino, como agridulce la vida misma, clara en lo más sublime, oscura en sus terrores. Amable en la bienvenida, despiadada en la traición.
Vida recibida en el despojo de sí mismo, vida entregada hasta el final. Vida de quien es la Vida, y nosotros chapoteándola todavía con nuestras pasiones, miserias, egoísmos y oscuridades.
Hoy es el día de comenzar a andar, de acompañar a Jesús a hacer el camino, acompañar a quien es el Camino. Hoy es el día para hacer verdad tu vida, salir a la luz y dejarte hacer en las manos de quien es la Verdad.
¿Te animas a cargarlo, “burrito de Dios”?
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