“¡Queremos ver a Jesús!”

“¡Queremos ver a Jesús!”
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.» 
(Jn 12, 20-28a)
Argumentos, razonamientos, lógicas, algoritmos, cálculos… ¡control! El pensamiento occidental ha estado tradicionalmente acostumbrado a la “diosa razón”, desde la cual se ha montado todas las películas habidas y por haber sobre la realidad. ¡Y no está mal! El raciocinio ha permitido el avance en muchos aspectos de la vida, impulsado por la curiosidad y la inquietud radical que nos hace preguntarnos y vivir la capacidad de asombro. De este mismo modo hoy, aún con otros nombres, los hombres y mujeres actuales nos seguimos caracterizando por nuestro afán de búsqueda que denota inconformidad y ganas de más.
Es precioso entendernos como seres llamados a la trascendencia. El posible peligro comienza cuando hacemos de la razón nuestro único medio y criterio de abordaje para el conocimiento de la Verdad, aun sabiendo que nos resulta insuficiente, ¡claramente insuficiente! Así, de pronto, nuestras sociedades crecen repletas de conocedores pero escasas de sabios, llenas de buenos sermones, y faltas de autenticidad; a tope de reivindicaciones (muchas de éstas trasnochadas) pero carentes de causas verdaderamente justas.
Los griegos del pasaje que acabamos de leer arriba, movidos por esa inquietud, buscan a Jesús, intuyen un “Alguien” que podría ofrecer la respuesta a sus interrogantes, seguramente dentro de sus “esquemas griegos”. Y acuden a Felipe. (Por recordarte, este nombre es de origen  griego “Φίλιππος”, Philippos, y significa “amante de los caballos”) Quizás estos griegos buscan a uno que pueda comprenderles desde su mismo mundo de vida y su cultura. Así como, por ejemplo, no hay mejor evangelizador de un joven que otro joven. Pero Felipe busca apoyo en Andrés, porque se comprende a sí mismo como parte de la “comunidad de Jesús,”, y, por tanto, como corresponsable junto a otros de mostrarlo. ¡Y ambos los llevan a Jesús!
Una vez con Jesús, su respuesta, siempre desconcertante. Seguramente estas frases tan profundas y llenas de Verdad derrumbaron en estos griegos todo argumento lógico racional, pues les hizo conectar con su misma existencia, con la realidad del amor que se hace operante en la salida de sí, en una entrega desmedida e ilógica, que no conoce parangón y que es “necedad para los griegos”. Jesús los desconecta de sus racionalizaciones (donde a veces encontramos escondidos nuestros mecanismos de defensa), y los conecta al corazón, al centro del Amor vivido desde el servicio y la des-centralidad de todo ego y narcisismo enfermizo. Quedarnos sumidos en nuestras autorreferencialidades y egoísmos nos lleva a la muerte; por el contrario, salir de nosotros mismos y embarrarnos en la realidad de los que sufren, da sentido a nuestra vida, reaviva nuestra existencia y revitaliza en nosotros un amor apasionado que nos mueve a la Esperanza, un amor que nos envuelve y está más allá (y a pesar de) nosotros mismos; un amor con “A” mayúscula, que nos hace ver que en la misma semilla, ya en esperanza, se encuentra el Reino que florece en una tierra fértil capaz de acoger la vida. Y esa vida es la que el Señor promete y sueña con cada uno de nosotros, porque “la gloria de Dios es el hombre viviente”, como bien solía decir San Ireneo de Lyon.
Ya en la recta final de este tiempo de Cuaresma, sería necesario preguntarnos: ¿seremos capaces de dar un paso al frente y lanzarnos desbocados a ese Amor que nos pide que seamos respuesta de sentido para otros? ¿Seremos capaces de morir a nosotros mismos para que en nosotros mismos habite -y así los demás vean- el mismo Jesús crucificado y Resucitado, amando de nuevo hasta el extremo?
Yo te prometo que me lo pensaré más seriamente para mí, hazlo también tú, no sea que la vida acabe para nosotros, se nos acabe el plazo y sea ya tarde.
Nos vemos pronto, caminando mientras cantamos.
P. Samuel

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