«Effetá» ¡El grito de Dios al mundo!

«Effetá» ¡El grito de Dios al mundo!

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá» (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos»

(Mc 7, 31-37)

Si algo debemos reconocer en nuestro Dios es su incontenible afán por comunicarse desde siempre con todas y cada una de sus criaturas, y de muchas maneras. Su Palabra, que contiene la pronunciación misma del Amor liberador y sanador, -Palabra de Dios que reconocemos en Cristo Jesús-, “es viva y eficaz”, penetrante, transformadora, desconcertante. 

Hoy, en Jesús, estalla un grito: «Effetá». En la liturgia bautismal, «Effetá» es el nombre que lleva uno de sus ritos, con el que se recuerda y actualiza ese gesto de Jesús al sanar a aquel sordo que tenía dificultades para hablar. Así, el día de tu bautismo, el celebrante pronunció esta oración: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre”. Y, aunque seguramente no lo recuerdas, esta oración se hizo vida en ti a partir de ese instante.«Effetá» es palabra clave en la liturgia eucarística de hoy: palabra que el Señor pronuncia para todos, y que tiene sin duda una resonancia personal, distinta para cada cual, según nuestras propias “sorderas”. 

Un detalle importante por resaltar: Jesús tiene un cuidado especial por este tipo de necesitados. El texto evangélico relata, como pocas veces, paso a paso, el proceder de Jesús: “Él, apartándolo de la gente, a solas…”. En un contexto de cierta incredulidad y desconfianza, en el que todavía a muchos les cuesta creer en Él, aun viendo sus proezas y escuchando sus palabras, resulta necesario el “forzar” situaciones para que los de su tiempo cayesen en la cuenta, para que le escuchasen con oídos renovados. 

Lo mismo ocurre hoy. Son tantas las distracciones, barreras y ruidos que nos hacen sordos para contemplar los gritos de Dios en la realidad, en los pobres, en la creación, en las injusticias del mundo, que necesitamos del silencio que nos zarandea los esquemas.

Necesitamos a veces que se nos lleve a la aridez del desierto, que se nos aparte y, a solas, el Señor obre el milagro. Necesitamos, también hoy, reconocer lo que nos aparta de la disposición del corazón a escuchar con los sentidos abiertos. Hoy es el día para pedir al Señor que nos lleve de nuevo al desierto, que nos hable al corazón, que nos saque de nuestras cerrazones ególatras y nos toque y destrabe. Que su gesto nos saque de nosotros mismos y nos haga escuchar su voz.

Recordando a nuestra querida Santa Teresa de Calcuta, pidamos al Señor que, como ella, podamos estar con los oídos bien abiertos para escuchar el clamor de Jesús en la Cruz que sigue exclamando: “Tengo sed”; y escucharle en el clamor y en la sed de los más pobres y necesitados. 

Que tengas buen día.

P. Samuel 

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