¡A servir!

¡A servir!

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:

«Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir».

Les preguntó:
«¿Qué queréis que haga por vosotros?».

Contestaron:
«Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».

Jesús replicó:
«No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?».

Contestaron:
«Podemos».

Jesús les dijo:
«El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado».

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo:
«Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos». 

(Mc 10, 35-45)

La fe, entendida como actitud confiada a Dios, nos exige inevitablemente un salto al abismo con los ojos vendados, vivir a tientas, con el inevitable vértigo que nos puede suponer en ciertos momentos la sensación de inseguridad, abandono, vacío y olvido. Pero, misteriosamente, sólo este salto al vacío nos abre a la esperanza de un Dios que todo lo puede, y nos saca del vicio de creernos omnipotentes y autosuficientes ante nuestras fuerzas y afanes. Es ésta la tentación más frecuente, evidenciada en muchas actitudes de fondo (a veces bastante sutiles y desapercibidas), como las preocupaciones exacerbadas por “quedar bien”, las ansias incontrolables por consumir y poseer (cosas y personas), los agobios diarios por querer llegar a todo, de primeros y en las mejores condiciones… y un larguísimo etcétera, a veces incluso camuflados de buenas intenciones.  

Estamos tan acostumbrados a vivir desde estas dinámicas de los primeros puestos, que en realidad nos apartamos de la consecuencia más inmediata del don bautismal recibido: el servicio. San Ignacio de Loyola, por poner sólo un ejemplo, luchó muchísimo tiempo contra sus propias apetencias y gustos, hasta llegar finalmente a la lucidez de tomar como lema personal y de la Compañía de Jesús: “En todo, amar y servir”. En todo y por sobre todo, incluso y más aún sobre el propio ego que tanto demanda atenciones, reconocimientos y aplausos; en todo, incluso en lo que creemos poner nuestro corazón; en todo, también desde nuestras propias debilidades y flaquezas. 

Por todo lo anterior, Jesús hoy nos llama a la confianza que nos da el descanso oportuno, en un mundo que vive acaparando y controlando lo que rodea, compitiendo y comparando la propia vida con la de otros. ¡Cuánto cansancio y agobio nos genera cada jornada configurada a nuestras expectativas de éxito! ¡Qué agotador nos resulta el poner nuestras fuerzas en querer ser los primeros, por encima de los demás, y a costa de todo! ¡Qué esclavizante se nos hace arrastrar la vida sin vivir verdaderamente saboreando los dones y regalos recibidos por Dios como hijos escogidos desde siempre y para la vida en abundancia, cosa que en mucho dista del poder y las apetencias individualistas!

¡Cuánta libertad, por el contrario, nos da la confianza que no espera nada y lo espera todo sólo en Dios, el Hacedor, de quien venimos y a quien vamos! Si pudiésemos al menos hacer un ejercicio diario, un día a la vez, un “sólo por hoy”, en el que podamos entregar nuestras ansias de poder, de tener y de placer, alzando la bandera blanca, rindiéndonos ante quien ha venido en rescate por ti y por mí. Y nos rendimos sólo cuando nos disponemos a Dios en los demás, y a los demás en Dios, sin prisa y sin pausa, viviendo el presente y sin afanarnos por cuál será nuestro sitio, ni aquí ni en la eternidad, porque nos fiamos en el Dios de la misericordia. 

¿Comenzamos? ¡Venga, “sólo por hoy”!, como nos lo recuerda tan bellamente el Papa bueno San Juan XXIII en su Decálogo de la Serenidad. 

Hoy, proponte comenzar a servir y no a ser servido; hoy intenta hacer realidad un seguimiento real de Cristo que supone saber cuál es tu sitio, pasando de la arrogancia a la humildad, de la expectativa de poder a la sencillez de la entrega; de la esclavitud de vivir desde mis propios deseos superficiales a vivir desde la voluntad de un Dios que sale de sí para que encuentres la felicidad saliendo de ti, pues, como comprendió y vivió nuestra Santa Teresa de Calcuta: “quien no vive para servir, no sirve para vivir”. 

¡Feliz domingo para comenzar!

P. Samuel 

Leave a Reply

Your email address will not be published.