El Fundamento de nuestra vida

El Fundamento de nuestra vida

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Lc 10, 38-42

La ansiedad, asociada a cuadros depresivos, es la enfermedad de hoy, y la consecuencia más sufrida se decanta en una gran “soledad poblada de aullidos” (Dt 32, 10). Vivimos agobiados por el día a día, malgastando en nosotros la fuerza necesaria para llevar adelante los trabajos; nos agobia todo lo que está por venir y lo vivimos en modo “automático”. Paradójicamente, aunque todo lo medimos en términos de eficiencia, lo que menos somos es eficientes en lo que hacemos. La angustia que nos genera la sensación de no llegar a todo nos resta energía para ser operativos. Entonces entramos en el bucle de la desesperanza y el sinsentido. Lo que tiene que ver con el hacer, nos trastoca el ser, sin contar con las tantas anclas a un pasado no resuelto y a las heridas mal curadas. Si a esto le sumamos la negativa de poner en algún lugar de nuestra vida la presencia y la acción de Dios, todo se agrava. Dicen que hoy la profesión más demandada es la Psicología, por la imperiosa necesidad de una superación de la ansiedad mediante procesos terapéuticos que nos hagan volver al sentido. Aunque esto es muy importante, se nos olvida que somos más que mente. 
Y es que la vida mal llevada nos hace ser sobrevivientes emocionales, pero también espirituales. Una vida “sobrevivida” nos lleva al abismo del vacío existencial y a la ausencia de todo sentido; nos arranca la capacidad de sentir y gustar la vida desde lo más hondo, haciendo que nos quedemos siempre en la epidermis, chapoteando en las orillas, quejándonos de lo mal que nos tratan las circunstancias, acrecentando los victimismos, viviendo una dramática soledad y rehuýendole al compromiso y a los retos que la misma vida nos plantea. Sobreactuamos, cumplimos roles, vivimos a expensas y expectativas de los demás, pero sin tomar las riendas. Y, lo que es peor, carcomiendo nuestro gusto por vivir a plenitud, en la alegría y la paz duraderas. 
Con todo, se atisba en el horizonte motivos para la esperanza. Si estamos atentos a los signos cotidianos, nos encontramos con situaciones y personas que nos ayudan a cortar con ciertas inercias, que nos muestran que el amor salva y sana; tienen esa asombrosa capacidad de hacernos sentir en casa, seguros y con sensación de hogar. Sentirnos acogidos nos sana el corazón desde lo más profundo, nos reconcilia con nosotros mismos y con los demás, y nos hace vivir la incondicionalidad del amor. Es la experiencia que vive Jesús con aquellas personas clave que se va encontrando por el camino. Aquel que es el Amor, -rostro visible de un Dios compasivo-, se deja arropar por la hospitalidad amistosa y leal. Acoger y dejarnos acoger son dos caras de la humildad más sencilla y amable, con la que podemos romper cualquier aislamiento mortal. 
La escena preciosa de Jesús en casa de las hermanas Marta y María podría enseñarnos que la cotidianidad está envuelta de situaciones  extraordinarias, si resituamos nuestra mirada y salimos de nosotros mismos. No es cuestión de mucho hacer o de mucho contemplar. La acción y la quietud no están reñidas en Jesús; lo que se debate en esta escena no va en la línea de optar por la pasividad antes que por el obrar. Más bien se trata de mirar desde dónde hacemos lo que hacemos, desde dónde somos lo que somos, cuál es el fundamento de nuestra vida, en qué ponemos nuestra mirada, desde dónde vivimos… 
El don más preciado para un seguidor de Cristo no es el que se acaben los problemas y vivamos una vida paralela y desencarnada. La vida es la misma, pero el fundamento, los cimientos, la Roca sobre la que nos sostenemos es otra muy distinta a los sucedáneos líquidos actuales. Cuando comprendemos que nuestro peregrinar por esta vida nos lanza a una senda de mayor plenitud, entonces se nos ensanchan el corazón y los sentidos, nos abrimos a la vida con más confianza y con un espíritu abierto a la novedad. Si pasamos de la incesante búsqueda de explicaciones a una actitud de dar sentido a lo que somos y hacemos, entonces nuestra vida se aligerará insospechadamente, y podremos seguir trabajando arduamente pero sin agobios malsanos, porque Dios no da explicaciones a las cosas, sino que da sentido pleno y ofrece esperanza para el diario vivir. Aprender a descansar el corazón en Él, aún en medio de la imparable vorágine, es hoy una gran oportunidad para atender a la llamada de un Dios que nos busca incansablemente y quiere encontrarse con nosotros para dar vida abundante y verdadera, y no chapuzas. 
Que hoy podamos hacernos un espacio para escuchar en nuestro corazón el susurro de un Dios que acompaña y sostiene, y que quiere ser el fundamento de nuestra existencia. ¡Déjate encontrar por Él, detente un momento y pregúntate desde dónde haces lo que haces! Quizás sea una importante ocasión para recolocar un poco la propia vida. 
Un abrazo en Cristo Jesús. 
Feliz domingo. 
P. Samuel 

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