¡Contigo y como Tú!

¡Contigo y como Tú!

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas. Habéis oído que se dijo: “‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Mt 5, 38-48. 

Intachables. Infalibles. Inequívocos… Nuestros parámetros de perfección nos lanzan a una meta inalcanzable y a un nivel desesperado de frustración cuando caemos en la cuenta de quiénes somos y de nuestras limitaciones. Hemos sido educados en buscar la perfección en la ausencia de defectos, bajo parámetros éticos y estéticos poco reales y demasiado subjetivos de acuerdo a las modas existentes y a los estándares impuestos. Así, confundimos la perfección con los rostros claros y libres de arrugas, los cuerpos estilizados, los caracteres neutros y la ecuanimidad invaluable. Los diez sobre diez y los coeficientes altos. El alto rendimiento y productividad. El orden exacerbado y el cálculo exacto… Quien no cumple con todo lo que exige el mundo acaba agotado y sin una pizca de libertad interior. Lo que no acabamos de comprender es que estos estándares los traspolamos incluso a nuestras imágenes de Dios. Es muy lógico entonces pensar -desde estos parámetros de perfección- en un dios impostor, implacable y perverso. Evidentemente, ese no es el Dios de la Escritura y, por tanto, no es el Dios de Jesús. De aquí la importancia de acercarnos y conocer quién es Dios en realidad de acuerdo a lo que Él mismo claramente nos revela. 
Desde el Génesis hay signos de un Dios bueno que todo lo hace bueno y bello; hecho en verdad y para la verdad. Y con el ser humano, esta realidad es creada en términos superlativos, a su imagen y semejanza. Todo es lanzado con fuerza desde la liberalidad del Amor y destinado al Amor. Ya el Levitico nos lo advierte: “Amarás…” (Lv 19, 17), pero Jesús nos lo revela en plenitud. No sólo amarás a tu prójimo como a ti mismo. Nos invita a amar también y sobretodo aquello que no es amado. Amar lo amado es mantenernos en la convención de lo esperado. Amar lo aborrecido es un salto importante y radical en el Amor, y es a lo que Dios nos llama, pero no porque nos exija actos heroicos inalcanzables, sino porque “Dios sólo puede amar”, como decía el Hermano Roger Schutz, fundador de la comunidad ecuménica de Taizé. Somos llamados a permanecer en Dios, y el Dios del que hablamos es Amor. ¡He aquí su lógica de perfección! Amar en grado heroico es amar y siempre amar, no es guardar las formas según la convención de los hombres. “Amar hasta que duela”, decía la Madre Teresa de Calcuta. Amar lo necio y lo sabio; lo pequeño y lo grande; lo nuevo y lo viejo; lo igual y lo distinto; lo que gusta y lo que no; porque Él “hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos”. 
No deja de sorprender que el Señor anima no sólo a estar con Él, sino a vivir a su modo, y esto es clave para comprender cuál es la voluntad de Dios, y vivir de acuerdo a ello. Su querer es la vida abundante, es ir siempre a más, es superar cualquier forma de conformismo y mediocridad mirando siempre hacia lo alto, en dignidad y en aspiraciones, siempre comprendiendo que el plan es Amar. Por eso San Agustín acabará diciendo: “ama y haz lo que quieras”, porque quien ama desde el Amor que es Dios mismo, amará siempre lo verdadero, lo bueno y lo bello, nunca hará el mal y, de hacerlo, busca repararlo con el perdón. 
Quien ama se equivocará muchas veces al día, no sacará los diez sobre diez, no cumplirá con los estándares de belleza convencionales, no tendrá el mejor sentido del humor, no siempre sonreirá ni responderá de buena gana, seguramente le costará levantarse temprano y mantener el orden… pero, siempre tendrá la esperanza y la alegría de que será mejor cada día si vive buscando ser santo como el Padre es santo. ¡Recuerda que la santidad es para todos sin excepción! Basta con creerlo y poner manos a la obra. 


Feliz día para ti. 

P. Samuel 

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