“No nos dejes caer…”

“No nos dejes caer…”

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».
Pero él le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».
Jesús le dijo:
«También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».
De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los
reinos del mundo y su gloria, y le dijo:
«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».
Entonces le dijo Jesús:
«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».
Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.

Mt 4, 1-11.

Comenzamos a saborear estos cuarenta días adentrándonos con Jesús en el desierto a modo de itinerario espiritual con una peculiar intensidad. En el desierto suceden cosas insospechadas y extraordinarias. La hostilidad, la sequedad y el silencio parecen reinar en un lugar que es infierno de día e invierno de noche; sed, peligro y miedo. ¡Y a ese lugar es lanzado Jesús llevado por el Espíritu! Porque es en el desierto donde se prueba la medida del amor y se encuentra el alma en su verdad. En la soledad y el silencio del desierto comienza el camino hacia la misión, suscitándose en el corazón la claridad de la intención más pura y el plan del Creador. “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2, 18). Pero también en el desierto se abalanzan las tentaciones como enemigos del alma.
Jesús no comienza su vida pública sin antes ser tentado en su raíz humana más íntima por aquel que se goza en la oscuridad y la tiniebla. El hambre de pan, el anhelo de ser libre y la necesidad de ser reconocido y amado se reconocen y comprenden por el Mal y les sirve de provecho a él para confundir y aturdir. Aparentar saciar es su estrategia más habitual, y provocar con sucedáneos es su método, al punto de que recurre a la Palabra de Dios misma para arrebatarnos de la mirada del Padre. En este contexto, Jesús vive en su carne -y desde su Encarnación- la experiencia existencial del sufrimiento más hondo del hombre, y en esta ocasión, con la intensidad de quien conoce la fuerza de la antigua serpiente pero sabe de su derrota definitiva. Mira al Maligno de frente y responde con el poder de Dios y con la autoridad de sus palabras. ¡Pero no dialoga con él! 
Hoy en Jesús se nos muestra la vía del triunfo de Dios sobre las sombras del mal y del pecado, enseñándonos a discernir las máscaras en que nos pretende sumergir esta fuerza destructiva y el valor que tiene como contrapartida la confianza en Dios. 
En primer lugar, el tentador busca manipular las fuerzas naturales como un mecanismo mágico en el que se convierte la piedra en pan por el solo uso del poder y con la inmediatez del “fast food”. En el fondo, se trata de la negativa a asumir quiénes somos en realidad y, ante esto, Jesús afirma el plan originario de Dios sobre el hombre. En segundo lugar, el maligno ventila la soberbia como tendencia natural que busca sobrepasar los límites con el Creador, intentando poner a Dios a la servidumbre de su criatura. Jesús afirma ante esto la realidad del Dios soberano, único Señor y Dueño de todo. Por último, la tentación de vivir lo insaciable del tener. La ambición desmedida empobrece y mata cualquier vínculo auténtico y amoroso con Dios, y esto alegra al tentador. 
Tres seducciones que apuntan a la profunda “sed de más” que se plantea el ser humano cuando se halla ante sí mismo sin diálogo alguno ni relación con su Hacedor y Padre, sumergido como en un monólogo ególatra y deshumanizante. Tres provocaciones que nos señalan las puertas hacia la perdición, y ante las cuales Jesús nos marca el secreto de batalla: la fe vivida como confianza radical y actitud de reconocimiento de la propia vulnerabilidad criatural. Sólo viviendo en esta verdad nos será posible el triunfo sobre “el mundo”, “el demonio” y “la carne”, refugiándonos bajo la sombra de las alas de Quién sabemos está desde siempre y por siempre para nosotros y a favor nuestro. 
Que esta Cuaresma que aún comenzamos sea un camino vivido desde la conciencia de sabernos hijos, asumiendo con humildad y verdad nuestra realidad de amados de Dios, nuestro Padre. 
Feliz semana. 
P. Samuel 

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