“¿Quién es éste?”

“¿Quién es éste?”

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, en el monte de los Olivos, Jesús envió a dos discípulos diciéndoles: 
«Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, los desatáis y me los traéis. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto». 
Esto ocurrió para que se cumpliese lo dicho por medio del profeta:
«Decid a la hija de Sion: 
“Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en una borrica, en un pollino, hijo de acémila”». 
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud alfombró el camino con sus mantos; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada.
Y la gente que iba delante y detrás gritaba: 
«¡“Hosanna” al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡“Hosanna” en las alturas!».
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad se sobresaltó preguntando: 
«¿Quién es este?». 
La multitud contestaba: 
«Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea».

Mt 21, 1-11.

Comienza un camino hacia la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús, y lo transitamos conmemorando un acontecimiento que subrayan los cuatro evangelistas: la entrada de Jesús en Jerusalén. Había subido Jesús a la Ciudad Santa en varias ocasiones, pero esta vez es diferente. No pasa desapercibido, es recibido por la muchedumbre con vítores y frases que aluden a una esperanza mesiánica: “¡Hosanna al Hijo de David!”. Es lo mismo que decir: “¡Sálvanos ahora, Rey de la casa de David!” Es grito de alegría y júbilo; es también, y al mismo tiempo, grito de desesperación de un pueblo arruinado que ha visto en este hombre una luz. Pero no acaban de comprender del todo. Van en busca del ansiado Mesías libertador que los sacará de las garras del Imperio Romano bajo un reinado implacable y poderoso que hará justicia con mano fuerte. 
La escena en los textos de los cuatro evangelistas está muy cargada de descripciones detalladas y gestos que ofrecen mucho significado, como siendo narrado por un testigo que lo vio y vivió todo muy de cerca. Es la experiencia de unos discípulos que luego comprendieron que ese Mesías Rey se halla en Jesús, el Hijo de Dios, el Cristo. A nosotros nos resulta casi obvio de primeras; a ellos les costó mucho sufrimiento y reflexión el comprenderlo. Sin embargo, también hoy, no deja de resultarnos desconcertante este hecho agridulce y contrastante. 
Todos anhelamos a cierto punto de nuestro camino encontrarnos con Alguien que nos haga ver que es posible un mundo mejor. Y más aún, deseamos y esperamos ardientemente  -lo reconozcamos o no- poner nuestra vida en manos de un Otro que ofrezca firmeza y seguridad. Lo cierto es que, a veces nos dejamos encontrar por este Rey subido a un pollino y vestido con harapos; pero, más frecuentemente, seguimos esperando en ídolos mesiánicos que calmen nuestras ansias momentáneamente para seguir viviendo en nuestra voluntad, entre migajas de bien, verdad y belleza, a veces hasta con sinceros sentimientos e intenciones. 
¿A quién gritamos hoy “Hosanna” (¡sálvanos ya!)? También aquellos se lo preguntaban: “Y, ¿quién es éste?” Quizás se lo estemos gritando a aparentes “salvadores” disfrazados entre horóscopos, tarot y brujos; o quizás se lo gritamos a aquellos que creen hoy tener las respuestas absolutas para nuestra felicidad. Quizás estemos todavía esperando a ese personaje todopoderoso que nos resuelva las papeletas de nuestra comodidad; o tal vez esperamos en nuestros apegos más inmediatos, hábitos adictivos y dependencias. Chapoteando, muchas veces buscamos el salvavidas más accesible a nuestras medidas y gustos. Este Rey no va subido a los caballos y vestido de joyas y corona; no resalta por su atractivo opulento y poderoso; no promete aniquilar a ningún opresor oponente. 
Pero este Rey es el mismo que nació escondido entre pajas en un pesebre, vivió entre los suyos de Nazaret y salió a las aldeas a pronunciar una palabra de Vida y Esperanza nuevas, inaugurando el Reino de los hijos de Dios, porque en Él se cumple el reinado prometido desde antiguo por las Escrituras, tal y como lo resalta el evangelista Mateo. ¡Por eso el aclamado será traicionado! Porque su Humanidad contrasta con nuestro afán de endiosamiento y superioridad. Para nosotros no es fácil acoger a un rey así, porque su propuesta no se ajusta a nuestros deseos, porque nos complica la vida y tambalea nuestros intereses mundanos. Hemos de entender entonces que este Dios humilde nos resulte amenazante a nuestra humanidad perdida. 
Aún así, sigue abierta la invitación de nuestro Cristo Rey a acogerlo como es, a dejarlo entrar en nuestras “ciudades” salvajes y oscuras, confiando en Alguien que sí cumple sus promesas, porque siempre lo hizo y siempre lo hará. Es un día que nos flecha las entrañas de nuestro ser discípulos, y nos pone ante nuestra propia verdad. ¡Dejémonos, pues, interpelar por Él e inauguremos un camino Pascual tras sus huellas y con esperanza, fijos los ojos en nuestro Rey, Jesús! 
Feliz día para ti, y feliz camino. 
P. Samuel 

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