Un Corazón compasivo

Un Corazón compasivo

En aquel tiempo, al ver Jesús a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, «como ovejas que no tienen pastor». Entonces dice a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies». Llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia. Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios. Gratis habéis recibido, dad gratis».

Mt 9, 36-10,8.

Vivimos afanados en mirar los números que nos lanzan las estadísticas. Con mayor o menor atino, vamos en busca de metas que se expresan en cantidad, más que en cualidad, asumiendo que las cantidades deseadas son suficientes para el logro absoluto de esas metas. Sobre todo cuando se trata de niveles de influencia hacia otras personas o de objetivos de alcance que comprometen historias concretas, únicas e irrepetibles, a veces parecen más importantes los alcances en número que las personas alcanzadas (generalmente con muy buenas intenciones). Así, nos preocupan más los  “likes” que las motivaciones de fondo de nuestros “amigos”; nos importa más el número de seguidores que sus historias únicas. A veces en nuestra tarea evangelizadora nos resulta más significativo el que hayan venido muchos a la misa del domingo que si realmente han salido con el corazón renovado o, cuanto menos, con algún cuestionamiento o propósito para mejorar en su relación personal con Dios. 
El pensar en términos de “muchedumbres” quizás nos sugiere el problema de la pérdida de contacto personal y la poca implicación con el otro; nos lleva a contemplar al colectivo como una “masa informe”, que baila al son de la música que le tocan. Y es que hoy da la impresión de que vivimos en una sociedad individualista, pero paradójicamente despersonalizada, sin criterio propio, “extenuada y abandonada”. Aun entre reivindicaciones de los derechos individuales, nos movemos en la dinámica de los colectivismos impersonales. 
Pero, si de algo Jesús es un “forofo” es del encuentro personal. Lleva en sí las entrañas del Padre, y éstas sueñan con el pueblo de su propiedad personal. La creación no es un cúmulo de seres sino una creación desde siempre amada y llamada a la plenitud en la Comunión con su Creador. Jesús en su Humanidad traduce esa compasión del Padre encarnándola en todo su ser, palabras y gestos: en su mirada compasiva de la realidad se encuentra el anhelo de Dios de reunir en torno a sí al rebaño disperso; llama por su nombre a cada uno, entrando en contacto personalísimo con su identidad; ofrece más que pan y promesas, la Vida Eterna. Devuelve con sus palabras el propósito para el cual hemos sido creados, y nos pone en camino a seguir tras sus huellas. De “muchedumbre” sin un sentido, -que vive dejando pasar la vida sin más,- a “pueblo” con la misión de “ir y proclamar que el Reino de Dios sigue estando cerca”. 
Por el Bautismo hemos sido incorporados a la misión de Cristo Jesús, y en Él somos testigos de su compasión. Por eso nos hace también portadores de su Gracia para actuar con poder y en su nombre, siendo presencia que cristifica al mundo sanando las heridas sangrantes del pecado, expulsando los demonios de las idolatrías, los apegos dañinos y las adicciones del alma; limpiando las lepras de la desidia y el hastío ante la vida; curando las enfermedades de nuestro tiempo y reconociendo de nuevo tanta dignidad perdida entre los escombros de las injusticias. 
¡Qué buena noticia! Por fin reconozco que Alguien me soñó desde el principio, me amó con amor eterno, me llamó para dar vida y me eligió como pueblo de su propiedad personal para estar en plena comunión con Él y para “ser misión” entre quienes no le han conocido jamás. ¿Habrá un mejor sentido para esta vida? Dejar de ser “muchedumbre” impersonal para escuchar de su boca mi nombre que devuelve la ilusión por la vida incorporándome a su Vida con un flechazo permanente de amor incondicional que nos personaliza y devuelve la identidad. ¡Reconocer esto que llamamos vocación dentro de una mies siempre abundante!  ¡Dime si no es una pasada entonces el vivir en Cristo y responder!
Feliz semana 
Mi abrazo 
P. Samuel 

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