¡Y se quedó con nosotros!

¡Y se quedó con nosotros!

En aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado». Él les contestó: «Dadles vosotros de comer». Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente». Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: «Haced que se sienten en grupos de unos cincuenta cada uno». Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.

(Lc 9, 11b-17)

Hoy celebramos una fiesta muy especial que data del siglo XIII. La Solemnidad del Corpus Christi nos recuerda el legado y la presencia del Señor. Legado, porque en la Última Cena nos confía el realizarlo como comunidad en memoria suya. Presencia, porque cada vez que esto lo hacemos, es Él mismo quien se hace presente realmente en el sacrificio eucarístico. 


El Cuerpo de Cristo en el cual se transforma el Pan, es el alimento que Él mismo da a su Iglesia, ya no como simple signo que nos remite al maná que caía del cielo en tiempos del antiguo Israel, sino como presencia viva y real; ya no hay sacrificios, Él es el Cordero; ya no hay víctimas inmoladas, porque Él mismo es quien expía, restaura y salva. Su Cuerpo y Sangre sigue siendo hoy el centro y culmen de nuestra vida creyente, y “en Él vivimos, nos movemos y existimos”. Es, por decirlo de algún modo, el Testamento del Amor que Dios nos deja permanentemente: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. ¡Y así es, se quedó con nosotros! 


La Eucaristía en la Iglesia es prolongación de esta presencia viva de Dios, y se une íntimamente a nosotros para que seamos también nosotros  “Hostias vivas” que nos ofrecemos al mundo para que Cristo sea todo en todos. Ser pan partido, compartido y repartido, ya no dando nuestras sobras, sino donándonos nosotros mismos para que al mundo llegue la Gracia de la Salvación manifestada en Cristo muerto y Resucitado. Por eso, estamos también nosotros llamados a ser “Eucaristía”, porque formamos parte de ese Cuerpo, presididos por la Cabeza, el mismo Cristo Señor. 


Hay otra realidad de la que desafortunadamente hoy hablamos poco, pero que también es parte del Misterio Corporal de Cristo, y que los primeros cristianos y los Padres de la Iglesia lo supieron comprender y vivir de manera radical y unitiva: ¡el Cuerpo de Cristo también son los pobres! Así nos lo refiere San Juan Crisóstomo y tantos otros, porque parte imprescindible del seguimiento de Cristo es el compromiso abierto, radical y sincero por los menos favorecidos, por los crucificados de todos los tiempos, en quienes estamos llamados a ver el rostro del mismo Cristo. Por algo en Mateo 25 Jesús mismo nos advierte: “A mí me lo hicisteis”, no como un símil sin más, sino como una auténtica realidad que se traduce en imperativo para la Iglesia de todos los tiempos. En esto radica el que hoy pensemos en Cáritas y en todo lo que vamos haciendo en el corazón de la Iglesia desde la caridad evangélica. 


Adoración Eucarística sin acogida al pobre y sin solidaridad es un modo de negar la vida de Cristo en la historia y su presencia viva y real. Solidaridad sin adoración, es como situar nuestra acción en la mera beneficencia altruista vacía del contenido mismo del Amor hecho Comunión. Nos resulta en este sentido muy sugerente el hecho de que la Iglesia nos proponga para este día la multiplicación de los panes y los peces, en la que Jesús compromete a sus discípulos en la fracción del pan para la multitud necesitada. Cristo en los pobres, lugar teológico donde Dios mismo se identifica de un modo íntimo y sublime. Por eso, la Eucaristía se celebra y se vive, nos transforma y sana, nos compromete y nos salva, nos renueva y nos convierte en testigos y mensajeros de la Vida de Dios en medio del mundo.

 
Feliz fiesta del Corpus Christi.
P. Samuel 

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