La grandeza de la humildad

La grandeza de la humildad

Un sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro, y te diga: “Cédele el puesto a este”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido».Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».

(Lc 14, 1.7-14)

Las vidas de todos los Santos son una auténtica sinfonía compuesta de maravillosos movimientos de amor y encuentro, luego de vivir, muchos de ellos, el drama de la fragilidad y el pecado. Pero en todos hay un punto de inflexión común, encerrado en dos palabras: humildad y generosidad. 
Así, el camino de la humildad se convierte en la puerta de entrada, en la impronta inevitable para el seguimiento de Jesús. En ella, no hay nada qué reprochar; vivir desde ella nos ilumina la vida y aligera nuestros pasos. Ella “es Verdad”, tal y como nos lo recuerda la gran Teresa de Jesús. Y sólo la humildad es terreno fértil para la generosidad, aquella virtud que nos hace salir de nosotros mismos y vivir en actitud de servicio desinteresado. La humildad nos hace discípulos del Maestro; la generosidad nos lanza a la misión como apóstoles del amor incondicional. En ambos movimientos se entrelaza el tejido de la Caridad dentro del corazón. 
Pero, la invitación de Jesús no queda en palabras exhortativas sin más. Sus palabras corroboran sus gestos, sus hechos, su vida. Dios no lanza preceptos morales imperativos y vinculantes como un dios impositivo y arbitrario que irrespeta los procesos humanos y los violenta. El Dios de la Escritura, el Dios de Jesús, se abaja radicalmente haciéndose uno de nosotros; su “kénosis” es la mayor manifestación de su lógica del Amor compasivo. Humildad y servicio son las dos caras de una misma moneda, la una en la otra, ambas son expresión de la voluntad entregada, esa voluntad que tanto nos cuesta ofrecer y que hoy Jesús nos invita a donarla, saliendo de nosotros mismos, sumergiéndonos en ese misterio del amor desinteresado y libre, que no pretende grandeza sino que se asume en la pequeñez y la fragilidad. 
Hoy es un día para acallar un poco nuestro ego y dar paso al Espíritu de Dios capaz de hacerlo todo nuevo en nosotros. Hoy es día para asumir nuestras miserias y presentarlas al Señor de rodillas, confiando en que sólo Él puede redimirnos. Hoy es día para medir el precio de nuestra entrega desinteresada, y reconocer hasta qué punto buscamos o no ser reconocidos con nuestras acciones aparentemente generosas. 
Que por intercesión del gran San Agustín, -que encontró el Amor después de tanto buscarlo y llegó a comprender su Misterio Trinitario-, podamos vaciarnos de nosotros mismos para dar paso a un Dios enamorado que quiere habitarnos y morar en nosotros para mejor amar y servir. 
Feliz Domingo. 
Quien camina contigo, P. Samuel 

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