¡Él es la Puerta, el Buen Pastor!

¡Él es la Puerta, el Buen Pastor!

 

En aquel tiempo, dijo Jesús: «En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños». Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».

Jn 10, 1-10.

Las palabras de Jesús, sus gestos y discursos, siempre nos resultan sorprendentes cuando nos dejamos asombrar. Durante toda esta semana, a partir del domingo del Buen Pastor, escuchamos de un modo reiterativo una de las teofanias más entrañables de Jesús reflejadas en el Evangelio de Juan: “Yo soy el Buen Pastor”. Un discurso hecho de frases y detalles que describen de qué fibras está hecho el Corazón de Dios. 
El pastoreo es un oficio muy conocido en el mundo bíblico, desde el Génesis y a lo largo de todas las épocas. En los profetas como Ezequiel se desarrolla más hondamente la figura del pastor que corresponde al Dios de la Promesa. Así mismo, el salmista responde a la presencia segura del pastor como protector, cuidador y defensor del rebaño, desde una relación íntima y personal con la oveja, que considera un bien y pertenencia suya. Esta figura es la que Jesús encarna para hacernos ver al Padre, para mostrarnos la hondura del amor misericordioso de Dios. En contraposición con el asalariado, -especialista en robar, saltar las barreras y descuidar el rebaño encomendado,- el Buen Pastor ama a sus ovejas hasta dar la vida por ellas. 
Si los rasgos del Corazón de Dios tienen esta semejanza tan extraordinaria, -y si además nuestra existencia vivida y experimentada nos lanza a la sensación de que somos débiles, de poca visión, necesitados de un rebaño, un tanto torpes para ir a pastos frescos y a fuentes limpias por nuestras propias fuerzas,- nos ayuda el dejar que sus palabras de vida penetren en nuestro roto corazón, como un bálsamo que nos inunda de esperanza ante las asechanzas de cualquier lobo disfrazado de cordero. 
¿Me dejo conducir por ese amor atrayente e incondicional? ¿El Buen Pastor dice algo a mi vida? ¿Me siento al amparo de su figura, o huyo de su presencia? Quizás hoy te ayude el hacer tuyo el Salmo 23 (22), “El Señor es mi Pastor, nada me faltará”. 
Feliz día (y perdona tanto retraso en las entregas)
P. Samuel 

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