¡Hoy es el día, y ésta es la noche! No una noche cualquiera. Es la noche más grande y luminosa de todas las noches del año. Es la noche en que se rompen las cadenas de la muerte, y Cristo, victorioso, sale del sepulcro y nos libera del enigma más grande por el que sufre el hombre de todos los tiempos: el mal, el pecado y la muerte. Por eso, hoy no es una noche más: ¡es La Noche!
Hemos proclamado y escuchado una variedad de lecturas del Antiguo Testamento hasta llegar al Evangelio. Estos textos nos hablan de la Historia de la Salvación, de los momentos más insignes del Paso de Dios en medio de su pueblo, guiándonos el sendero hacia la plenitud del mismo Cristo, hoy Resucitado. De un modo paulatino, pedagógico, procesual, el Señor se ha manifestado en poder y en gloria, mostrando así su misericordia y su amor más grande. Por eso, no son sólo “lecturas” o pasajes bíblicos con los que “recordamos” lo acontecido. Dicho recuerdo se actualiza aquí y ahora, se hace más que memoria, se hace memorial. Por eso toda la liturgia nos viene acompañando, dando un gran sentido a toda la vida en Cristo muerto y Resucitado, en quien todo recobra vida, en quien todo vuelve a su cauce, en quien toda esperanza es recobrada y renovada. Cada frase, cada acontecimiento aquí narrados pretenden hacernos entrar en el gran misterio de esta historia salvífica, que es la nuestra, la de todos. Es acontecimiento que también hoy acontece… ¡Y valga, como nunca, esta redundancia!
Si bien los judíos, protagonistas de la Antigua Alianza, cuando celebran la Pascua se sienten parte y protagonistas de la experiencia de la salida de Egipto y la liberación de la esclavitud; cuánto más nosotros que, esta noche no recordamos la resurrección de Jesús, sino que la actualizamos, la hacemos presente y por lo tanto, podemos experimentar, mediante la fe, todo su poder y su fuerza.
Celebrar hoy esta noche es acoger con inmensa alegría la vida, la definitiva, la eterna, y la de cada día. Es profesar a voz en grito que la muerte, el mal y el pecado no tienen la última palabra en nuestra vida ni en la vida del mundo. Es anunciar al mundo que el dolor y el sufrimiento no quedan nunca sometidos a la impunidad ni a la injusticia. Porque esta noche triunfa la vida, y el amor vence.
¡Cómo no tener el corazón henchido, la frente erguida y las manos abiertas a este día de la Vida! Decir cristianos es decir celebrantes, anunciadores y testigos de la Vida, y una vida abundante y con sentido. Frente a un mundo tan herido y lleno de malas noticias, tan sumido en la tristeza, la desesperanza, el miedo, la vanidad, la injusticia y la amargura… los cristianos somos de nuevo llamados a gritar al mundo que el amor hoy echa fuera el miedo, que ¡el amor ha vencido! Así como las mujeres que fueron al sepulcro a buscar a Jesús, y escucharon la voz del joven vestido de blanco, también nosotros hoy necesitamos volver a escuchar las mismas palabras: “no temáis, no está aquí. Ha resucitado”. ¡Ha resucitado!
¿Qué significa para ti este acontecimiento? ¿Qué significan para ti estas palabras? ¿Acaso no es ésta la certeza más absoluta que busca tu corazón? ¿Acaso no es ésta la esperanza que te mueve a seguir día a día bajo las circunstancias de esta vida, a la espera con ansias de la vida eterna? ¿Sigues haciendo de tu anhelo una apariencia, de tus sueños una quimera, de tus planes un absoluto? ¿De veras crees en lo que hoy celebramos?
Esta noche -y todos los días- estamos llamados a compartir esta gran noticia: ¡La tumba está vacía, Jesús no está en el sepulcro! ¡Ha resucitado! Es hora de comprometernos con la vida, y de compartir en familia y como comunidad humana la fuerza del Resucitado que nos impulsa y anima, que ofrece el mayor sentido a tu vida, que te hace levantarte cada mañana; que te hace ser mejor cada día, trabajar con más ahínco por un mundo más justo, más humano y más fraterno. ¡Sólo el amor salva al mundo, y nosotros lo estamos experimentando! Por eso es tan importante que volvamos a la Galilea de nuestra cotidianidad, a aquel lugar donde todo ha empezado, aquel lugar de donde fuimos sacados, adonde hemos sido amados, llamados y elegidos. Tú y yo, todos tenemos nuestra “Galilea”. ¡Vuelve allí con la sonrisa renovada y el corazón dispuesto a seguir! ¡Vuelve allí para comenzar de nuevo, con ánimo y alegría! ¡Vuelve a la Galilea de tu hogar a decirle a tus seres más queridos que la vida tiene un sentido, y la felicidad es posible al paso de un reconocimiento más profundo y claro de Dios en nuestra vida! Sólo allí podremos redescubrir la presencia del resucitado.
¡Feliz Pascua de Resurrección!
P. Samuel
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