¡Hosanna!

¡Hosanna!

Estamos a las puertas de la Semana Santa, en la que contemplamos más de cerca el Misterio Pascual de Cristo. Venimos de transitar el desierto y, en él, de saborear la experiencia de un Dios cercano que nos acompaña y guía hacia la libertad, que comprende nuestras heridas y fragilidades, y que nos acoge incondicionalmente.

Ahora, cuando vamos a comenzar a acompañar a Jesús y a revivir en nosotros la Semana Santa, la Iglesia nos anticipa una realidad: ¡Esta historia acabará muy bien, tendrá un final dichoso y esperanzador! (¡Os hago spoiler!). Por eso, con la procesión de Ramos celebrada con un aire de fiesta, aclamamos a Cristo como el Hijo de David que viene, que entra triunfante a Jerusalén, como entronizando el Reino de Dios manifestado en Jesús, y anticipando el triunfo y reinado de Dios en la Jerusalén del cielo.

“Decid a la hija de Sión: Mira a tu rey, que viene a ti humilde, montado en un asno” (Mt 21, 1). Este Rey no se impone con la majestad de los poderosos montado sobre caballos; Jesús muestra su humildad y mansedumbre de corazón también en la apariencia de un animal domesticado por los pobres.

Nuestro Rey tiene por corona las espinas, como cetro la vara del pastor, como capa púrpura su propia sangre. Y nos escandaliza también hoy su debilidad, la fragilidad de un Dios que, hecho hombre, se acerca en todo a nuestra condición menos en el pecado. Por ello la traición, la vejación, la negación y la burla, tanto de quienes nunca creyeron en Él -celebrando el aparente triunfo del poder humano- como de sus mismos discípulos quienes, con inmenso terror, se preguntan sobre el fracaso de Dios o sobre un enorme fraude de sus esperanzas mesiánicas.

En medio de aquel camino doloroso, la pregunta cuestionadora y bajo mirada punzante: “¿Qué es la verdad?”… ¡A nuestro Hombre Nuevo le bastó el silencio, porque ante el poder, la verdad triunfa sin alardear y sin hacer ruidos! Más nos aturde su silencio, más nos conmueve su mirada, más nos agobia su respiración entrecortada por los golpes y las burlas.

Si hubiésemos estado ahí… ¿Quién habríamos de ser? ¿A quiénes habríamos de representar? ¿A la traición? ¿A la acusación injusta? ¿Al poder imperante? ¿Al discípulo aterrorizado?… Y aquí “El Hombre” (Ecce homo), quien en su rostro desfigurado nos revela quién es Dios… ¡y también quién es el hombre!

Hoy rememoramos entre aclamaciones, la presencia y paso del Rey de la Gloria. En unos días lo veremos morir en una Cruz, donde todo será consumado. Te invito a que en estos días santos te dejes mirar por el Dios-Hombre que se acerca a nuestra humanidad en el amor más puro y extremo, para que redescubras el plan de salvación que Dios quiere hacer realidad en ti y por ti.

P. Samuel

Leave a Reply

Your email address will not be published.