“¡Nos amó hasta el extremo!”

“¡Nos amó hasta el extremo!”

Hoy es tarde de encuentro, de pan partido y compartido, de entrega y amor consumado.

Jesús entra en la sala donde sus discípulos habían preparado aquella cena que para muchos sería una de tantas vividas; pero en realidad sería la última. Entraba con la lentitud de quien medita todo en su corazón, como aprendió de su Madre. Moría ya por dentro, presintiendo en su interior lo que pronto habría de acontecer. Moría de amor el todo Dios, moría de temor el todo hombre.

Ya estaba al acecho de Jesús la muerte para darle su definitivo zarpazo, ¡y Él lo sabe! Estaba la muerte asomándose con rostro de traición e incertidumbre; con rostro conocido entre los suyos. Pero, he de confesaros que lo que más me sobrecoge en este momento es su profunda y honda libertad interior, la que siempre mantuvo y sostuvo, por la que se encarnó y -dicho en lenguaje nuestro- se embarró hasta el extremo. No estaban a punto de quitarle la vida. ¡No! Jesús estaba a punto de entregarla en libertad, que no es lo mismo. Se entrega porque quiso, por amor a ti, a mí, a todos y a todo lo creado.

Rompe todo aforismo y todo cálculo tantas veces tenidos como verdad absoluta. Sí, el hombre muchas veces es lobo para el hombre (tal y como todavía hoy pensamos sobre el planteamiento de Hobbes) y, sin embargo, Jesús inaugura hoy la realidad posible del amor llevado a niveles exagerados de entrega, la fraternidad hecha pan, hecha abrazo, hecha alegría, hecha caricias, y hecha perdón extremo. Hoy podríamos resumir el día como día de “lo extremo”. El evangelista crea una alta tensión de una cena cotidiana, crea un clima agridulce en el que se entremezclan los dolores causados por una traición y las memorias de tantos momentos hermosos vividos como discípulos. Ellos comprenden poco, pero Jesús ya lo ha comprendido todo. ¡Ha llegado la hora de amar a los suyos hasta el extremo, en aquel amor tan grande como el que da la vida por los amigos!

¿No será demasiado lo contenido en este día, lo que nos deja el Señor por legado? ¿No será demasiado lo que nos pide? ¿Amar como Él nos ama? ¿Amar a pesar de todo lo indecible, de todo        lo sufrido, de todo lo injuriado…? ¿Amar todo y siempre? ¿También e incluso a quien clava dardos, da vinagre en vez de agua fresca, ofrece latigazos en vez de abrazos, discordias en vez de paz? Imposible el ponernos a Jesús, el Hombre Nuevo, como espejo ante nuestros ojos sin que nos avergoncemos de quiénes somos, sin que nos conmovamos de muestra permanente de servicio y generosidad aun entre quienes lo entregarán a la muerte de Cruz. Contemplarlo a Él nos revela la grandeza de su Verdad, y la pequeñez de nuestras miserias. Y, sin embargo, hoy nos invita a estar a la altura de estas circunstancias con la fuerza de su Gracia.

Pidámosle al Señor que nos enseñe lo que es amar con todas las letras, lo que es darnos más que dar; lo que es entregarnos sin mucha poesía y palabras bonitas.  Hoy, tarde de encuentro, de pan partido y compartido, de entrega y amor consumado. Amén.

P. Samuel

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